Cuando nos hablan de esfuerzo conjunto o trabajo en equipo se hace hincapié en las llamadas “cinco c’s”: confianza, coordinación, comunicación, complementariedad y compromiso. De todas ellas la más importante es la última: el compromiso. Sin esta cualidad las otras cuatro carecen de la piedra básica que sujete todo el conjunto. Es una cualidad de elección personal, las otras cuatro están difuminadas en el grupo. Compromiso, como casi todas las palabras de nuestro idioma, proviene del latín compromissum, es decir: obligación contraída o palabra dada, según la RAE.
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“Compromiso” es un término que siempre debe estar en nuestra mente y con una clara concepción de su significado, enmarcado especialmente en un sentido amplio de responsabilidad -y tal vez, único-. En ese sentido, el compromiso, muchas veces, está ligado con ese gran valor de la responsabilidad. Ahora bien, cuando se trata de realizar acciones, cambiar actitudes, disponer espíritus y articular esfuerzos en busca de objetivos y metas comunes, el compromiso se vuelve completamente indispensable.
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En general, el compromiso conlleva exigirnos en nuestra máxima expresión; es decir, nos convoca a dedicar esfuerzos adicionales frente a los que normalmente realizamos; nos vuelve altamente creativos para buscar estrategias que nos lleven al cumplimiento de los objetivos; nos invita a la reflexión; a hacer pausas en la acción en aras de analizar lo recorrido y recomponer el accionar para lograr los objetivos propuestos. Igualmente, nos integra como equipo, del tipo que sea, a pesar de que sobre la marcha puedan presentarse dificultades que deberemos sortear. Y, por supuesto, genera también altos niveles de estrés, aunque inmensas satisfacciones por el deber cumplido.
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De otro lado, el compromiso tiene igualmente relación con el respeto hacia nosotros mismos y así tener plena conciencia de saber hasta dónde llega nuestra capacidad de dar, sin atentar contra nuestra salud ni contra el bienestar e integridad de los demás. Por supuesto, el compromiso exige contrapartidas, como salir de la conocida zona de confort e ir al encuentro de los retos y posibilidades del mundo actual.
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Hay compromisos que se dan de palabra y los hay por escrito, no importa, lo verdaderamente importante es el nivel de autoexigencia que ese acto tiene consigo. Una persona comprometida denota confianza, seguridad, entereza y credibilidad; refleja ante los demás una imagen de responsabilidad y tranquilidad en cuanto a la definición y cumplimiento de futuros objetivos. El compromiso no solo es el motor, sino que también es el combustible y detonante para cumplir adecuadamente con los objetivos definidos. Únicamente se requiere de una actitud positiva, una gran disciplina y mucha persistencia para interiorizarlo.
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En la sociedad actual se precisan personas comprometidas en los diversos ámbitos sociales; desde el mundo laboral, al matrimonial, pasando por el cultural, participativo, etc… La ausencia de compromiso convierte la elección en una trivialidad. Cuando la decisión es aleatoria, la acción carece de sentido. Decía Sartre que “el compromiso es un acto, no una palabra”. En el Coaching, compromiso es la capacidad de generar algo que no existe.
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Compromiso y Coaching deben caminar de la mano durante todo el proceso. Cuando una persona toma la determinación de conseguir un objetivo, es fundamental medir el grado de compromiso que la persona muestra respecto a su deseo, quizás al principio no se es consciente de ello, por eso la labor principal del Coach es averiguar el nivel de compromiso del coachee, para que éste tome conciencia del mismo, ya que en ello radica el éxito del proceso. Y el Coach debe estar comprometido con la tarea a realizar, es como una especie de faro que alumbra el camino y su luz nunca puede decaer. Sin compromiso es imposible originar un cambio y llegar al objetivo.
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Jesús Perez Santos
Coach
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